domingo, 15 de mayo de 2016

Gente como tú es la que quiero a mi lado

Me gusta quien renace y remonta el vuelo como Ave Fénix.
Quien solo con mover un dedo, provoca huracanes de emociones a su alrededor.
Quien afrontando circunstancias desfavorables, consigue cambiar el rumbo de un viento poco alentador.
Quien tras el inesperado sueño de una noche trágica, se transforma en un ser invencible.
Despierta y despertando al mundo, se lo pone por montera sin necesidad de trucos.
Quien saca fuerzas de donde no creía, para coser sus heridas y tejer una nueva realidad a su manera. Quien contra todo pronóstico aumenta su esperanza y a la vez, la de todos los que le rodean.
Quien con su abrir y cerrar de ojos acaricia el alma de quien le observa. Y con la magia de su corazón inspira a humildes poetas e implica en su lucha, incluso a desconocidos que posiblemente en lugares remotos ya conoció.

Me gusta quien valiente construye un puente y borra el abismo, que la distancia dibujó entre dos o más ciudades.
Quien utiliza la noche para reponerse y el día para recuperar lo perdido.
Quien se hace un nudo con su coraje, se amarra fuerte a la vida y decide no volver a soltarse.

Me gusta quien dándole una patada a todas sus inseguridades, consigue también de un golpe, alejar las tuyas.
Quien sin ser profesor, ahora da las mejores lecciones a cualquiera que le acompañe.
Quien sin hacer alarde de su amplia generosidad, te regala una fe inconmensurable, un día normal en el calendario.
Quien desde su sitio y sin que te des cuenta, cuando tus ánimos sin avisar flaquean, actúa sin esfuerzo de terapeuta.
Quien toma el punto final que ofrece la neutralidad de un médico y lo sustituye por una coma, para seguir escribiendo... Quien resurge y cambia la incertidumbre de una época, por la certeza de querer seguir viviendo.

Me gusta quien con esa música celestial que esconde dentro, se descubre creando melodías con sus dedos...
Quien le planta cara a su suerte, imponiéndose ante sus inoportunos desajustes. Y aunque le rompa el miedo, no se abandona, para no dejarte... Se enfrenta al dolor, sabiendo que contigo, tiene una luz el consuelo.

Me gusta quien sin saber ya sabe, que vida solo hay una y que sólo a ella, hay que aferrarse.

Quien actúa al límite de sus posibilidades, con la tranquilidad que da la confianza de haber hecho lo correcto en cada caso, aunque en los demás, rebose la línea del entendimiento y sus razones.
Quien es capaz de escuchar el mensaje que trae su corazón, en un mundo lleno de ruidos y sin sabores.

Me gusta la gente que, tras un largo, incluso puede que divino viaje, vuelve y viene a quedarse.
Gente valiente que no se quiebra ante la adversidad, capaces de reconstruir el mundo que la vida les destruyó, tan solo con las ganas de querer hacerlo.
Gente única, decidida a sacudirse el polvo tras la más dura caída y seguir adelante. Gente admirable dispuesta a brillar en un mundo, que viste a diario con ropas cobardes.
Esa gente que marca al borde de su precipicio un antes y un después y toma ese instante crucial, a modo de trampolín hacia la verdadera esencia de su ser.
Gente que te cambia, simplemente porque... su vida ya cambió.

Y entre mi fortuna encuentro a este tipo de personas... Quien te provoca estar aún más agradecido por lo que hoy tienes y por quien te acompaña en el camino.
Ésa es la gente que quiero a mi lado.
Personas corrientes como tú que un día sin saberlo ni planearlo, se vuelven héroes, sin tener que luchar con villanos. Siendo la única lucha que emprenden, aunque solo unos pocos se enteren, la batalla más poderosa a la que puede enfrentarse un ser humano.
Esa lucha vital que sólo por iniciarla, ya te convierte en héroe.

Ésta es la gente que me gusta...
Gente como tú es la que quiero a mi lado.

Fotografía: Alex Moreno Notario

jueves, 5 de mayo de 2016

Yo también soy débil y a veces no puedo remediarlo

La vida a menudo tiende a ponernos a prueba. Esperando de nosotros los mejores resultados para pasar sus exámenes. Como si cada día volviésemos a ser aquellos tiernos y aplicados niños aprendices de escuela.
Pero en ocasiones resulta insostenible, desde el punto de vista físico y reflexivo, mantener ese continuo estado de fortaleza, que algunas circunstancias requieren. Entendiendo ese estado como una energía favorable ante el enfrentamiento vital de una situación, que irrumpe de golpe en nuestras vidas. O bien como una fuerza activa que se desarrolla en nosotros de forma paulatina, con el paso de los años y experiencias ¡ojo! no sólo vividas, más aún sentidas...
Un estado que te hace resistente y por momentos puede que hasta impermeable a las emociones.
Una actitud prolongada de firmeza a la que a muchos les cuesta llegar y la que otros disfrutan de una forma sencilla y admirable desde cualquier barrera.

Hoy puedo decir, sin que ello me condicione demasiado, que yo también soy débil... y a veces no puedo remediarlo.

Sí, yo también tengo días en los que no solamente me cuesta convencer a mis labios para que se curven hacia arriba, sino a mi corazón para que se vuelva su aliado y juntos, fabriquen esa sonrisa capaz de conseguir, hasta en los días más oscuros, que salga el sol. Ese tipo de sonrisas que requieren un mayor esfuerzo por tu parte, porque en el fondo sabes, que su exclusividad tiene recompensa.

Porque hace años preparé mi maleta, en pos de esa felicidad que a todos se nos antoja. Dejando atrás familia, relaciones imperfectas, donde luego la distancia fue rematando sus formas. Momentos irrepetibles, unos dulces, otros más agrios... Y personas en el camino por las que entonces derramé una lágrima y hoy, la única forma posible de recordarlas, no es otra que con cariño y estima. Pues tengo muy claro el motivo: haberme ayudado a crecer, cambiando las vestiduras del dolor por las de una constante evolución.

Porque yo también caí presa, de un amor que por dentro me rasgó, donde sus cicatrices no pueden verse por fuera. Y no por ello dejé de creer en su conjunto de sentimientos.
También batallo a destiempo con esos momentos en los que, para continuar, sólo preciso un abrazo justamente cuando todos "duermen"...
Y es que yo tampoco me escapo de venirme abajo, cuando traigo a mi memoria que por ser persona, no siempre puedo volar tan alto.
A pesar de ello, sigo alzando banderas del color de la felicidad, cuando siento que el viento sopla conmigo de la mano.

Porque yo también soy débil... y a veces no puedo remediarlo.

Sin embargo no confieso cuando en lo profundo del mar me ahogo. Quizá porque desde hace tiempo tuve que aprender a nadar sola. Confío en mí y en la vida. Confío incluso en sus olas... Hoy sé que esquivarlas, no siempre es bueno. A veces dejarse llevar con ellas, es la mejor opción que tenemos.
Y luego si acaso, secarse al sol.

Ya sé que si acechan el abatimiento o la flaqueza, puedo elegir entre: dejar que me atrapen como me dejaba entonces o recordar valiente por lo que estoy aquí.

Por eso hoy, cuando amenaza la debilidad, enseguida saco a relucir mi fe, me peino con la esperanza, me calzo mis cómodos tacones de positivismo y lo único que dejo caer sobre mí como gotas de rocío, son las gotas de mi mejor perfume: el de la perseverancia.

Así cada día me preparo, antes de salir de casa,
para luchar de nuevo por esa porción de felicidad, que un día al probar
recordé que me corresponde y aún me aguarda.