jueves, 5 de mayo de 2016

Yo también soy débil y a veces no puedo remediarlo

La vida a menudo tiende a ponernos a prueba. Esperando de nosotros los mejores resultados para pasar sus exámenes. Como si cada día volviésemos a ser aquellos tiernos y aplicados niños aprendices de escuela.
Pero en ocasiones resulta insostenible, desde el punto de vista físico y reflexivo, mantener ese continuo estado de fortaleza, que algunas circunstancias requieren. Entendiendo ese estado como una energía favorable ante el enfrentamiento vital de una situación, que irrumpe de golpe en nuestras vidas. O bien como una fuerza activa que se desarrolla en nosotros de forma paulatina, con el paso de los años y experiencias ¡ojo! no sólo vividas, más aún sentidas...
Un estado que te hace resistente y por momentos puede que hasta impermeable a las emociones.
Una actitud prolongada de firmeza a la que a muchos les cuesta llegar y la que otros disfrutan de una forma sencilla y admirable desde cualquier barrera.

Hoy puedo decir, sin que ello me condicione demasiado, que yo también soy débil... y a veces no puedo remediarlo.

Sí, yo también tengo días en los que no solamente me cuesta convencer a mis labios para que se curven hacia arriba, sino a mi corazón para que se vuelva su aliado y juntos, fabriquen esa sonrisa capaz de conseguir, hasta en los días más oscuros, que salga el sol. Ese tipo de sonrisas que requieren un mayor esfuerzo por tu parte, porque en el fondo sabes, que su exclusividad tiene recompensa.

Porque hace años preparé mi maleta, en pos de esa felicidad que a todos se nos antoja. Dejando atrás familia, relaciones imperfectas, donde luego la distancia fue rematando sus formas. Momentos irrepetibles, unos dulces, otros más agrios... Y personas en el camino por las que entonces derramé una lágrima y hoy, la única forma posible de recordarlas, no es otra que con cariño y estima. Pues tengo muy claro el motivo: haberme ayudado a crecer, cambiando las vestiduras del dolor por las de una constante evolución.

Porque yo también caí presa, de un amor que por dentro me rasgó, donde sus cicatrices no pueden verse por fuera. Y no por ello dejé de creer en su conjunto de sentimientos.
También batallo a destiempo con esos momentos en los que, para continuar, sólo preciso un abrazo justamente cuando todos "duermen"...
Y es que yo tampoco me escapo de venirme abajo, cuando traigo a mi memoria que por ser persona, no siempre puedo volar tan alto.
A pesar de ello, sigo alzando banderas del color de la felicidad, cuando siento que el viento sopla conmigo de la mano.

Porque yo también soy débil... y a veces no puedo remediarlo.

Sin embargo no confieso cuando en lo profundo del mar me ahogo. Quizá porque desde hace tiempo tuve que aprender a nadar sola. Confío en mí y en la vida. Confío incluso en sus olas... Hoy sé que esquivarlas, no siempre es bueno. A veces dejarse llevar con ellas, es la mejor opción que tenemos.
Y luego si acaso, secarse al sol.

Ya sé que si acechan el abatimiento o la flaqueza, puedo elegir entre: dejar que me atrapen como me dejaba entonces o recordar valiente por lo que estoy aquí.

Por eso hoy, cuando amenaza la debilidad, enseguida saco a relucir mi fe, me peino con la esperanza, me calzo mis cómodos tacones de positivismo y lo único que dejo caer sobre mí como gotas de rocío, son las gotas de mi mejor perfume: el de la perseverancia.

Así cada día me preparo, antes de salir de casa,
para luchar de nuevo por esa porción de felicidad, que un día al probar
recordé que me corresponde y aún me aguarda.



No hay comentarios:

Publicar un comentario